12.11.11

Aullar (II)

Tu respiración se convertía en jadeos mientras yo intentaba buscar habilidad de donde no tenía para conseguir gemidos. Tenía la palma de la mano apoyada en tu monte de venus, mientras dos dedos te embestían moviendo mi cuerpo entero para llegar más profundo y estimulando tu clítoris en el movimiento. Cada vez le daba con más fuerzas mientras la otra mano te apretaba más a mí: quería sentir tus pezones tiesos cortándome la piel del pecho. Chorreaba calor entre mis dedos mientras ellos atravesaban tu interior buscando llegar a tus entrañas, al mismísimo corazón. Tú no te quedabas corta. Mi slip ya se encontraba a la altura de las rodillas, y movías frenética la mano apretando lo suficiente como para sentir cada na de sus venas, de sus palpitaciones; mientras con la otra mano jugabas pasándote los testículos entre los dedos. Mientras intentaste bajar a base de besos por mi cuello, recorriendo el pecho y te paré. Necesitaba seguir sintiendo tu calor con mis dedos, y aunque la idea de que tus besos bajasen hasta que tu sexo no fuera el único que chorrease era genial... quería conseguir llegar a los gemidos. Era lo que más ansiaba en ese momento. No me importaba concocer tu voz, pero en ese momento necesitaba conocer cómo gemías. Aguantamos masturbándonos hasta que llegué a la conclusión que no podría lograrlo sólo con los dedos, cosa que a tí también te empezaba a interesar porque insistías en bajar tus labios a donde se estaba suplicando su atención. Los dos jadeábamos pero ninguno llegaba a gemir, y en esa competición cada uno tenía sus armas: yo sabía que a golpe de cadera lograría obtener tus gritos, y tú sabías que usando tus labios lograrías que gimiese. Te dejé ganar este asalto, porque mi cuerpo lo pedía más incluso que tú. Fui sacando poco a poco los dedos empapados y, echándome un poco hacia detrás, te dí vía libre para que bajaras. Y eso hiciste. Como una loca bajaste, sin tratar de hacerme volver loco... ya sabías que lo estaba, que no podía acumular más ganas. La buscabas como un depredador ansia una presa tras meses de ayuno, como si en esta vida hubieras nacido sólo para encontrar esa parte de mi cuerpo, como si en ese momento la fuente de toda vida fuera mi miembro. Yo lo disfrutaba. Disfrutaba tu determinación, tanto como que la metieras en tu boca de un sólo movimiento de cuello como si buscaras medirla a la perfección para hacer una réplica, y tus dedos no bastaran. Disfrutaba que siguieras jadeando mientras con las rodillas apoyadas en el suelo te movieses frenética buscando que gimiese, viendo como tus tetas botaban con los movimientos y cómo sonreías al sentir que mi mano te ayudaba sujetándote el pelo y apoyando los movimientos. No me iba a perder ese espectáculo por nada del mundo... y el pelo, estorbaba. Yo ya no tenía ninguna de mis neuronas en funcionamiento, lo único que guiaba mis pensamientos y mi cuerpo era el deseo que habías despertado. El más puro instinto animal que buscaba procrear contigo como si del último espécimen de nuestra especie se tratase. Como si no hubiera más problema en el mundo. Como si estuviéramos hechos el uno para el otro. En uno de los movimientos de tu cabeza; tiré mucho más de tu pelo hasta separarte de mi polla, que te seguía apuntando fijamente, durísima como nunca creí que podría estar. Mis ojos lo decían todo, no hacía falta palabras. Era claro el mensaje. "Ya no había marcha atrás".



Traté de hacerlo con cuidado pero mi fuerza se descontrolaba. Te empujé para que cayeses bocarriba sobre la toalla, con tus piernas abiertas como el principio. Mirándote a los ojos, sin ser capaz de dejar de hacerlo, me deshice de tus bragas y las dejé a un lado, junto a mi slip. Por mi mente no pasaba la absurda idea de que alguien nos estuviera grabando, ni si nos fueran a echar algún socorrista o tan siquiera que alguno nos viera. Sólo era capaz de pensar en una cosa: hasta que no tiemble la arena de tus gritos, no saldré de dentro de ti. Y eso hice. Apoyé una de mis manos en la cara interna de tu muslo, para encontrar el lugar con cuidado; mientras la otra me servía de apoyo en la toalla rozando con descaro tu pecho. Bajé la cadera poco a poco hasta encontrar la entrada, apoyando la cabeza y deslizándome poco a poco. No quería hacerte daño desde la primera embestida porque ya ibas a salir dolorida de todas formas, quería que aguantases un tiempo hasta que el dolor fuera insoportable. Miré hacia abajo para observar cómo entraba en ti y me sorprendió verte tocándote. Tenías una mano apoyada en tu pubis y movías los dedos con velocidad. Al principio estaba asombrado, nunca antes una chica había reaccionado así; pero con la sonrisa que te dediqué entendiste que no hacías mal, sino simplemente me estabas volviendo más loco. Te esforzabas por ser la fuente de mi imaginación para el resto de mi vida, y así lo ibas consiguiendo. Te ponía demasiado la idea que no fuera capaz de olvidarme de la chica de la playa, y se notaba como intentabas cuidar todos sus detalles para conseguirlo. Yo... los disfrutaba, no lo dudes. Y, por fin... la sentí dentro. Entera, dentro de tí. Y tú también disfrutaste cuando paré al sentirla entera y disfruté del momento. Cerraste los ojos y lo saboreaste tanto como yo. Sentía todo el calor que me envolvía cada centímetro de mi miembro y lo embriagaba de una sensación que antes no había conocido... o por lo menos a tal magnitud. Se deslizaba dentro de ti abriéndote con suavidad, sintiendo cuánto tu cuerpo me esperaba. Después de tres embestidas mi cuerpo se sentía seguro dentro de tí, y el miedo a hacerte daño se fue convirtiendo en más instinto animal. Sentía cómo mis manos se iban convirtiendo en zarpas de felino, cómo sus uñas crecían hasta volverse armas blancas buscando tu espalda para aferrarse a ellas. Sentía cómo mis muslos desarrollaban el músculo de un animal de tiro de una forma extraodinariamente rápida, cómo las embestidas ganaban una fuerza que no era propia de un humano. Sentía cómo mis sonidos dejaban de tener ningún rastro de civilización alguna, cómo jadeaba como un animal estando en sus límites, cómo gozaba con cada uno de tus gemidos al tocar fondo, cómo sonaban tu ingle golpeada por mi cadera, mi vientre golpeando al tuyo, el bote de tus pechos amenazando con descolgarse y salir volando. Sentía como había encontrado una razón para vivir: era hoy el día. Era ahora el momento. El resto... dejaba de tener ningún sentido. Era esta la sensación. Había vivido todo hasta ahora para sentir cómo mi miembro te desgarraba en cada embestida. Había llegado hasta aquí para sentir mi glande abrirse paso por tu vagina ahora, y ahora también, y ahora también... era como un sueño hecho realidad. Mis manos te cogieron la cintura y me incorporé ligeramente para moverte contra mí. Para golpearte contra mí en cada uno de los movimientos. Y gemías. Gemías olvidando cada vez un poquito más que estábamos en medio del mundo. Gemías contangiándome los gemidos, haciéndome aullar como si de un lobo se tratase. Incaba un poco más mis nuevas garras felinas y te sonreía, sin poder quitarte ojo de encima. Tú te mordías el labio y me suplicabas con el brillo de deseo en tus ojos que a la próxima embestida te partiese en dos. No hacía falta palabras. No... este era otro lenguaje. Más primitivo. Más eficaz. Más... pasional. Mi mano subió a tu cabello y cogiéndolo desde la raíz tiré de él, haciendo que echases la cabeza hacia atrás estirando el cuello. Mi lengua se apoyó entre tus clavículas y subió por la línea de tu nuez hasta la barbilla, mordiéndola. No hacían falta palabras, captaste la frase que te decía. 'Ahora mismo eres mía', te susurraban cada uno de mis movimientos. Tu cabeza tiró para deshacerse de mi mano que te agarraba y me trataste de arrancar el cuello de un mordisco. Captaba el mensaje: 'Sólo porque yo te dejo'. Volvimos a mantenernos la mirada y nos lo repetimos de nuevo: 'Ya no hay marcha atrás'.

Nuestros gemidos era el único lenguaje verbal que se distinguía, el resto de la conversación distaba mucho más de ser convencional. Tus uñas en mi trasero tratando de maximizar mis movimientos me gritaban 'como pares, te mato'. Mi forma de levantarte en peso para dejarte caer sobre mis muslos, estando yo con las rodillas apoyadas y las piernas abiertas y tú sobre mí cabalgando como la más experimentada amazona era claro: 'si tanto quieres mandar, hazlo'. Tu sonrisa pícara, tus muslos cansados, la forma en que al poco tiempo se te notaba exhausta me reconocía que aceptabas que fuera yo el que mandara; y como castigo yo te volví a apoyar sobre la toalla pero esta vez bocabajo. La rudeza de mis movimientos expresaban la fuerza del deseo absolutamente descontrolada, mientras en mi cara descubrías que no solía ser así nunca. De tres movimientos bruscos abrí tus piernas para entrar desde detrás por tu sexo, botando con fuerza sobre tu trasero y disfrutando del movimiento que este hacía para responderme. Tu mano volvía a jugar con tu clítoris susurrando un 'no puedo evitarlo', mientras mis dientes en tu oreja te respondían con 'acabaré loco de esta'. Sentía cómo todo tu cuerpo agradecía cada una de tus embestidas y al mismo tiempo exigía otra más, más fuerte y profunda, más ruda, más salvaje. Sentía como mi miembro salía hasta casi el glande en cada salto, para luego caer con fuerza sobre tu trasero enterrándome un poco más. Iba cambiando de ángulo y me dejaba guiar por la intensidad de tus gemidos para saber cuándo variar, y tú me concedías descansos cuando me sentías gemir demasiado y era tu cadera la que subía y bajaba acompañando mis movimientos en un 'yo te ayudo, pero tú no pares'. Con un tirón fuerte te hice apoyar las rodillas sobre la toalla tomándote puramente salvaje; pudiendo así embestirte con más fuerzas y sintiendo los golpes de mi cuerpo en tus piernas. Ahora eras tú la que aullaba sin luna alguna, y yo el que arañaba tu espalda dibujando con líneas incoherentes que no podría explicar lo que sentía en ese momento. Tus aullidos aumentaron su ritmo, agitaron tu cuerpo entero y se fueron convirtiendo en puros alaridos demostrando que se acercaba... por lo menos, el primero. Con bruscos movimientos aumenté la profundidad y tú gritabas con fuerte cada vez que la enterraba, contagiándome los gritos aunque en menor medida. Sentía como tu flujo se convertía en mares, como tu calor se volvía el mismísimo infierno y conocí por primera vez en mi vida la sensación de encontrarme en el mismísimo Eden sin moverme tan siquiera de la tierra. Te dí unos segundos de tregua con un ritmo ligeramente más bajo, como me suplicaba tu cuerpo exhausto. Mi mano escaló por tu espalda apoyándose en tu nuca y agarrando tu cabellera con un claro 'no te creas que esto ha terminado', a lo que tu rostro me respondió girando hasta mirarme y con una sonrisa que no dejaba dudas: '¿acaso lo dudabas?'. Tu cuerpo me pedía volver a estar otra vez bocarriba y yo te permití ese capricho, te lo habías ganado por el concierto. Tus gemidos habían desgarrado tu garganta y volvías a los jadeos profundos; aunque se notaba claramente en tu rostro que el placer no había menguado, sólo era un puro impedimento físico volver a soltar alaridos. Una de tus manos se enganchó a mi trasero para darme ritmo mientras la otra mantenía mi vista fija en tu rostro desde la nuca, exigiéndome que querías verme. Sí, estabas en lo cierto, mi final también se acercaba, pero fue menos cerca de lo que creías. Yo te bombardeaba entre las piernas con salvajes movimientos y tú no podías evitar volver a tus gemidos, sintiendo otra vez cómo se acercaba de nuevo tu climax. Aguantamos mirándonos a los ojos, sudando como animales y disfrutando de un placer inimaginable mientras mi cuerpo y el tuyo estaban unidos, hasta que mis jadeos se intensificaron, empecé a morderme el labio inferior, tú abrías la boca sofocando un grito, yo gritaba por los dos, mis piernas bombeaban puro ácido láctico y tus manos obligaban desde mi trasero a terminar cada uno de los movimientos. Sentí como un líquido salía disparado de mis testículos y recorría todo mi aparato genital hasta salir disparado por mi glandre. Sentí como tu vagina se estremecía de clímax, cómo se volvía loca incluso antes de que yo hubiese terminado y cómo terminó su locura al sentir ese líquido hirviendo lanzándose contra tus paredes. El mar nos oyó gritar como si hubiéramos alcanzado la meta de nuestra vida, el climax más brutal que nunca lograríamos a alcanzar, el sentido de todo lo vivido. Y pensar que en ese momento, no estaba tan equivocado...

1 comentario: